Blog de Pepita

La vida se encarga de ponernos en roles inesperados.

Blog de Pepita

La vida se encarga de ponernos en roles inesperados. Siempre pensé escribir un libro pero no sabía como hacerlo, ya que no soy escritora. Entonces pensé en tener un blog, pero siempre surgía un pretexto para no hacerlo. Sin embargo, ha llegado el momento de concretar el deseo de contar a ustedes, las razones que me impulsaron a ser voluntaria y de cómo nace la Fundación María Gracia, que más que una institución, es mi hija, lleva su nombre. Por eso, cuando la fundación me llama, sólo puedo decir aquí estoy, por lo tanto, aquí voy…

Hace 32 años y un día como cualquiera, mi hija María Gracia de cuatro meses de nacida, tomó su primer biberón a las 7 a.m. Todo parecía normal pero en el transcurso de las horas, noté que no quería comer nada más y tuvo una pequeña regurgitación, cosa normal en los bebés, pero me di cuenta que tenía un llanto extraño. Su pediatra me dijo que esperara algún otro síntoma. A eso de las 10 de la noche su temperatura superó los parámetros normales, entonces la llevé al área de emergencia de la clínica Kennedy. Examinaron a María Gracia y la mantuvieron en observación por dos horas. Al cabo de ese tiempo, me indicaron que posiblemente se trataba de un malestar estomacal, que me la llevara a casa y que al siguiente día, la llevara a consulta médica con su pediatra. Así lo hice. Su médico la volvió a examinar y nos dijo que no encontraba nada; recetó un medicamento estomacal y salí de su consultorio con mi hija en brazos y pensando en lo que debía hacer, porque mi corazón de madre, me decía que algo no estaba bien. Me encomendé a Dios, esperando su respuesta… y la recibí de inmediato.  Acudí al consultorio del Dr. Luis Sarrazín Dávila, reconocido pediatra de Guayaquil. Eran las 11h30 y el doctor atendía desde las 15h00, mientras pensabamos en la urgencia de que María Gracia fuese atendida de inmediato, mi esposo reflexionaba en que la búsqueda de ese segundo diagnóstico, tal vez provocaríaun resentimiento en el pediatra de cabecera. Pero mi preocupación se centraba en la salud de mi hija. Nada me importaba más que eso. Me dirigí al consultorio del Dr. Sarrazín y ahí ocurre el primer milagro, empujé la puerta y se abrió, al ver allí al doctor le dije: “Yo le prometí a Dios que si en algún momento, dudaba de un diagnóstico, lo vendría ver y este es el momento, por favor, examine a mi hija. De inmediato, acostó a mi bebé y después de examinarla, me dijo, “Esto es una meningitis y sería imperdonable no hacerle una punción lumbar en este momento”.  Sin pedirme autorización, levantó el teléfono y llamó a un neurólogo y le dijo “nos vemos de inmediato en emergencia”. Yo no entendía lo que pasaba, nunca había escuchado la palabra “meningitis”, pero mientras caminábamos, el doctor nos explicaba que se trataba deuna inflamación de las meninges, (la capa que recubre el cerebro y que aloja el líquido cefalorraquídeo). Recuerdo que yo no alcanzaba a medir la magnitud de lo que estaba pasando, me sentía muy confundida. Realizaron unapunción en la espalda de mi hija y al cabo de la revisión, el doctor Sarrazín dijo, “Sin ninguna duda, esto es una meningitis, hubo pus en lugar del liquido cefalorraquídeo que normalmente es agua muy cristalina, la vamos a ingresar en terapia intensiva, de inmediato”.  En ese momento, uno siente tanta angustia en el corazón, yo sólo atiné a preguntar si era grave. “Si, muy grave, aunque si procedemos a tiempo, puede salir”. Y volví a preguntar: ¿Estamos a tiempo?”, “Creo que si”, respondió el doctor. Aún ahora que recuerdo ese preciso momento, siento dolor en el pecho y no puedo evitar llorar, porque el dolor es infinito, la angustia y la desesperación invaden hasta el último rincón del ser, no existen palabras para explicarlo. Ingresaron a mi hija y en cuestión de 24 horas, María Gracia estaba en coma profundo, los médicos nosentregaron los aretes de mi bebé. Uno de los médicos nos dijo, “está muy, muy grave”. Toda la familia afuera oraba, yo sentía que mi corazón explotaba de dolor e impotencia. Mi suegra comenzó a hacer gestiones para trasladarla en avión ambulancia hacia Estados Unidos. Mientas tanto, yo pedí que me abrieran la capilla de la clínica, me arrodilléy recuerdo como si fuera ayer lo que dije: “Dios, si quieres tener a María Gracia como un ángel en el cielo, te la doy. Pero permíteme ser egoísta y decirte que yo también la quiero y que la tomaré como tú me la dejes”.  Yo sabía que su cerebro había sufrido muy severos daños, que la pus lo había invadido. En momentos así, ocurre algo muy extraño, algo que solamente entiende, quien lo ha vivido; es como si uno tuviera a su hija prendida en el pecho y es como si a uno le arrancasen el corazón, en carne viva. Yo pude escuchar la voz del ser que llamamos Dios y me dijo que me la dejaría tal como yo se lo había pedido. Fue tan clara la conversación con esa luz de amor, que fue como si en ese instante se me hubiera caído algo parecido al anteojeras que llevan los caballos para ver únicamente hacia adelante. Fue entonces que me dí cuenta, de que el mundo no era como yo lo había visto, hasta ese momento, un mundo en el que alcanzamos a ver sólo a la familia, los amigos, vecinos y los que logren ponerse delante, pero no vemos a los demás, nos son tan lejanos, que no existen. Al caer mi anteojeras, sentí un despertar que me permitió ver al mundo entero con sus tristezas y alegrías. Y lo asombroso es que uno descubre que no somos islas, que estamos unidos en un inmenso abrazo, que todos estamos conectados y que el mundo es responsabilidad nuestra y que no es necesario que seamos familia de sangre para darnos las manos; que aquello no es una opción, sino que es una obligación, ayudarnos los unos a los otros porque que el amor es la fuerza que impulsa al mundo. Fueron tantas revelaciones en poquísimos minutos que eso debería ser motivo para un libro.

Luego de recibir este mensaje, me levanté con una sensación muy rara. Ya no lloraba pero no podía caminar normalmente, me sentía como un títere, como un robot, así eran mis movimientos. Me acerqué a mi familia y le dije: “No es necesario llamar al avión ambulancia, Dios me dice que María Gracia vivirá”. No podían creer la calma que veían en mi, pero respetaron mi decisión. Yo sabía que María Gracia lucharía por su vida en Guayaquil y viviría.